El agua es la más importante sustancia del
universo. Es el principal elemento del mundo en que vivimos, es indispensable
para la vida de todos los organismos que conocemos, desde los más simples hasta
los más complejos necesitan agua. Algunos seres, como bacterias e incluso vertebrados
como algunos reptiles y mamíferos como el ratón del desierto no ingieren agua
en estado liquido, pero la obtienen de la atmósfera o de los alimentos que
consumen.
La importancia del agua desde el punto de vista químico
reside en que casi la totalidad de los procesos químicos que ocurren en la naturaleza, tiene lugar entre sustancias
disueltas, es decir, entre soluciones acuosas.El agua es vida. Es
el caldo salobre de nuestros orígenes, el palpitante sistema circulatorio del
mundo. Constituye las dos terceras partes de nuestro cuerpo, como el mapa del
mundo;. (Revista National geografic abril 2010, reportaje Barbara Kingsolve)
Aunque es notoria su importancia, es sorprende el poco nivel de
disponibilidad en el planeta. Según datos expuestos por las Organización de
Naciones Unidas (ONU) de toda el agua en la tierra,
sólo el 2,5 por ciento es agua dulce. Y de toda esta agua dulce, sólo se puede
usar menos del 1 por ciento para los ecosistemas y los seres humanos.
El hombre y la mujer a través de la evolución de humanidad han logrado
grandes cosas pero al mismo tiempo ha causado daños a su ambiente, a su prójimo, a su naturaleza.
Entre los perjuicios causados está la desertificación de las tierras.
En la
estructura sistémica del ambiente, se forma un ciclo hidrológico que traslada
el agua de un lugar a otro, cambiando de estado físico. Pero ese proceso
natural, sostenedor de la vida, ha sido afectado por las actividades
contaminantes desarrolladas por los hombres y mujeres a lo largo del tiempo.
Por lo que cada vez, lamentablemente, es más frecuente la ocurrencia de grandes
inundaciones y de prolongadas sequias.
Las
sequías, entendidas como el “fenómeno que se produce naturalmente cuando las
lluvias han sido considerablemente inferiores a los niveles normales
registrados, causando un agudo desequilibrio hídrico que perjudica los sistemas
de producción de recursos de tierras”, y la desertificación o “degradación de
las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, fueron reconocidas
por la mayoría de los estados del mundo como un problema de dimensiones
mundiales, que incide en todas las zonas del mundo y amenazan la continuidad de
la existencia del mundo como lo conocemos.
Consciente de tan grave
amenaza, un grupo de países en 1977, celebran la primera
Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Desertificación, generando un
programa denominado Plan de Acción para Combatir la Desertificación (PACD), el
cual no alcanzó, ni cercanamente, las metas propuestas.
Así en la Conferencia de Nairobi convocada por Naciones Unidas
en 1977, es el antecedente del tratado que nos ocupa. Esa cumbre tuvo como
características dos hechos significativos: la urgente necesidad de ayuda al África, y sobre todo, las concepciones
vigentes en ese momento, tanto en el nivel conceptual de la concepción
“ambiental” y de la planificación del desarrollo, como en las prácticas de la
cooperación internacional. (cripta Nova REVISTA
ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Elena Abraham)
Fue la primera propuesta de lucha
contra la desertificación, pero estuvo sustentada en visiones estáticas y aisladas de
evaluación de los recursos naturales (suelo, agua, vegetación), y
“…una planificación
concebida de arriba hacia abajo con escasa participación de los
gobiernos y las poblaciones locales, asistencia técnica y programas de
cooperación enfocados a la ejecución de grandes proyectos que desconocían o
minimizaban los impactos de aplicación en las escalas locales y nacionales y
prácticas asistencialistas ante los problemas urgentes de pobreza y degradación
que no tenían en cuenta la participación ni el empoderamiento de las
comunidades locales”. (idem)
Esa convención estuvo caracterizada por una visión del
proceso de desarrollo, desde el único
aspecto económico, dejando de lado elementos sociales y ambientales. Con el
tiempo este enfoque demostró todas sus limitaciones, al no lograr avanzar en el
control de la desertificación. Esta visión que ponía énfasis en el medio
físico, minimizó la compleja relación de hombres y mujeres con el ambiente. Sin
embargo, es también durante la década de los años 70 cuando comienzan a
introducirse conceptos como la visión sistémica del ambiente, los
estudios interdisciplinarios, la interrelación, la planificación integrada y,
fundamentalmente, la necesidad de la cooperación internacional como esfuerzo a
nivel global para afrontar los cambios ambientales a escala planetaria que
comenzaban a visualizarse. Estos cambios se cristalizan en la década del 80 con la irrupción de la concepción ambiental del
desarrollo. En Nuestro Futuro Común,
Brundtland et al. (1987) introducen
firmemente estos conceptos en la gestión ambiental y especialmente en la lucha
contra la desertificación, enfatizando la relación directa entre las decisiones
políticas, las consecuencias ambientales y la importancia de la planificación
para revertir, controlar y prevenir los procesos de desertificación.
Tal escenario promovió el
tratamiento que sobre la desertificación y la sequia grave se realizada en la
cumbre de Río de Janeiro en el año 1992. En esa cumbre se generó un nuevo
enfoque, que insiste en el establecimiento del desarrollo sostenible como
mecanismo para confrontar los graves problemas de deterioro del ambiente. La Convención fue adoptada el 17 de junio de 1994 en
París y abierta para su firma en Octubre de 1994, siendo suscrita por 193 países
partes.
La
convención de las Naciones Unidas de lucha contra la desertificación, crea
varios órganos, con funciones especificas, entre la cuales tenemos a la
Conferencia de las Partes, como órgano supremo; la Secretaria que actúa como
compilador y difusor de los informes presentados por los estados partes y
diferentes Comites que examinan el cumplimiento de la convención.
En esa convención internacional, los estados partes se obligan a tomar
medidas coordinadas a nivel nacional, regional e internacional para vigilar
globalmente la degradación de las tierras y restaurar las tierras degradadas en
zonas áridas, semiáridas y sub-húmedas secas, incluso mediante la movilización
de recursos financieros, para mitigar los efectos de la desertificación, la
degradación de las tierras y la sequía, en particular mediante la preservación
y el desarrollo de los oasis, la restauración de las tierras degradadas y la
mejora de la calidad del suelo y de la ordenación de los recursos hídricos, a
fin de contribuir al desarrollo sostenible y a la erradicación de la pobreza,
alienta en este sentido las asociaciones e iniciativas para salvaguardar los
recursos terrestres y reconoce su importancia, y alienta también la creación de
capacidad, los programas de extensión de la formación y los estudios e
iniciativas científicos encaminados a aumentar la comprensión y concienciar
sobre los beneficios económicos, sociales y ambientales de las políticas y
prácticas de ordenación sostenible de las tierras;
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