miércoles, 14 de mayo de 2014

La Desertificación y su lucha Internacional



El agua es la más importante sustancia del universo. Es el principal elemento del mundo en que vivimos, es indispensable para la vida de todos los organismos que conocemos, desde los más simples hasta los más complejos necesitan agua. Algunos seres, como bacterias e incluso vertebrados como algunos reptiles y mamíferos como el ratón del desierto no ingieren agua en estado liquido, pero la obtienen de la atmósfera o de los alimentos que consumen.  

La importancia  del agua desde el punto de vista químico reside en que casi la totalidad de los procesos químicos que ocurren en la naturaleza, tiene lugar entre sustancias disueltas, es decir, entre soluciones acuosas.El agua es vida. Es el caldo salobre de nuestros orígenes, el palpitante sistema circulatorio del mundo. Constituye las dos terceras partes de nuestro cuerpo, como el mapa del mundo;. (Revista National geografic abril 2010, reportaje Barbara Kingsolve)

Aunque es notoria  su importancia, es sorprende el poco nivel de disponibilidad en el planeta. Según datos expuestos por las Organización de Naciones Unidas (ONU) de toda el agua en la tierra, sólo el 2,5 por ciento es agua dulce. Y de toda esta agua dulce, sólo se puede usar menos del 1 por ciento para los ecosistemas y los seres humanos.

El hombre y la mujer a través de la evolución de humanidad han logrado grandes cosas pero al mismo tiempo ha causado daños a su  ambiente, a su prójimo, a su naturaleza. Entre los perjuicios causados está la desertificación de las tierras.


En la estructura sistémica del ambiente, se forma un ciclo hidrológico que traslada el agua de un lugar a otro, cambiando de estado físico. Pero ese proceso natural, sostenedor de la vida, ha sido afectado por las actividades contaminantes desarrolladas por los hombres y mujeres a lo largo del tiempo. Por lo que cada vez, lamentablemente, es más frecuente la ocurrencia de grandes inundaciones y de prolongadas sequias.

Las sequías, entendidas como el “fenómeno que se produce naturalmente cuando las lluvias han sido considerablemente inferiores a los niveles normales registrados, causando un agudo desequilibrio hídrico que perjudica los sistemas de producción de recursos de tierras”, y la desertificación o “degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, fueron reconocidas por la mayoría de los estados del mundo como un problema de dimensiones mundiales, que incide en todas las zonas del mundo y amenazan la continuidad de la existencia del mundo como lo conocemos.

Consciente de tan grave amenaza, un grupo de países en 1977, celebran la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Desertificación, generando un programa denominado Plan de Acción para Combatir la Desertificación (PACD), el cual no alcanzó, ni cercanamente, las metas propuestas.
Así en la Conferencia de Nairobi convocada por Naciones Unidas en 1977, es el antecedente del tratado que nos ocupa. Esa cumbre tuvo como características dos hechos significativos: la urgente necesidad de ayuda al África, y sobre todo, las concepciones vigentes en ese momento, tanto en el nivel conceptual de la concepción “ambiental” y de la planificación del desarrollo, como en las prácticas de la cooperación internacional. (cripta Nova REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Elena Abraham)

Fue la primera propuesta de lucha contra la desertificación, pero estuvo  sustentada en visiones estáticas y aisladas de evaluación de los recursos naturales (suelo, agua, vegetación), y
“…una planificación concebida de arriba hacia abajo con escasa participación de los gobiernos y las poblaciones locales, asistencia técnica y programas de cooperación enfocados a la ejecución de grandes proyectos que desconocían o minimizaban los impactos de aplicación en las escalas locales y nacionales y prácticas asistencialistas ante los problemas urgentes de pobreza y degradación que no tenían en cuenta la participación ni el empoderamiento de las comunidades locales”. (idem)

Esa convención estuvo caracterizada por una visión del proceso de desarrollo,  desde el único aspecto económico, dejando de lado elementos sociales y ambientales. Con el tiempo este enfoque demostró todas sus limitaciones, al no lograr avanzar en el control de la desertificación. Esta visión que ponía énfasis en el medio físico, minimizó la compleja relación de hombres y mujeres con el ambiente. Sin embargo, es también durante la década de los años 70 cuando comienzan a introducirse conceptos como la visión sistémica del ambiente, los estudios interdisciplinarios, la interrelación, la planificación integrada y, fundamentalmente, la necesidad de la cooperación internacional como esfuerzo a nivel global para afrontar los cambios ambientales a escala planetaria que comenzaban a visualizarse. Estos cambios se cristalizan en la década del 80 con la irrupción de la concepción ambiental del desarrollo. En Nuestro Futuro Común, Brundtland et al. (1987) introducen firmemente estos conceptos en la gestión ambiental y especialmente en la lucha contra la desertificación, enfatizando la relación directa entre las decisiones políticas, las consecuencias ambientales y la importancia de la planificación para revertir, controlar y prevenir los procesos de desertificación.

Tal escenario promovió el tratamiento que sobre la desertificación y la sequia grave se realizada en la cumbre de Río de Janeiro en el año 1992. En esa cumbre se generó un nuevo enfoque, que insiste en el establecimiento del desarrollo sostenible como mecanismo para confrontar los graves problemas de deterioro del ambiente. La Convención fue adoptada el 17 de junio de 1994 en París y abierta para su firma en Octubre de 1994, siendo suscrita por 193 países partes.
La convención de las Naciones Unidas de lucha contra la desertificación, crea varios órganos, con funciones especificas, entre la cuales tenemos a la Conferencia de las Partes, como órgano supremo; la Secretaria que actúa como compilador y difusor de los informes presentados por los estados partes y diferentes Comites que examinan el cumplimiento de la convención.

En esa convención internacional, los estados partes se obligan a tomar medidas coordinadas a nivel nacional, regional e internacional para vigilar globalmente la degradación de las tierras y restaurar las tierras degradadas en zonas áridas, semiáridas y sub-húmedas secas, incluso mediante la movilización de recursos financieros, para mitigar los efectos de la desertificación, la degradación de las tierras y la sequía, en particular mediante la preservación y el desarrollo de los oasis, la restauración de las tierras degradadas y la mejora de la calidad del suelo y de la ordenación de los recursos hídricos, a fin de contribuir al desarrollo sostenible y a la erradicación de la pobreza, alienta en este sentido las asociaciones e iniciativas para salvaguardar los recursos terrestres y reconoce su importancia, y alienta también la creación de capacidad, los programas de extensión de la formación y los estudios e iniciativas científicos encaminados a aumentar la comprensión y concienciar sobre los beneficios económicos, sociales y ambientales de las políticas y prácticas de ordenación sostenible de las tierras;

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